lunes, 29 de julio de 2013

Los mercadillos de antigüedades y los rastros.

Los mercadillos de antigüedades y los rastros despiertan en mí un sentimiento de amor-odio que han terminado desembocando en esta entrada.
A ver si me explico, son fantásticos porque puedes encontrar en ellos multitud de cosas ya descatalogadas, cachivaches la mar de extraños y a cada cual más extravagante, el juego que querías a los diez años y nunca te compraron (?)... y un montón de cosas más. Pero normalmente yo acudo a ellos por el motivo que me provoca el sentimiento de amor-odio ya mencionado. Obviamente yo voy por los libros. (¿Qué sentido tendría hablar de esto por aquí si no? No olvidemos que esto es un blog de literatura, ¿no?).


La cantidad de libros que puedes encontrar en un rastrojo corriente es impresionante, prácticamente los venden en todos los puestos. Esto por un lado está genial, puedes llegar a tu casa con cinco libros y haberte gastado menos de cinco euros. Ea, te queda dinero hasta para salir por la noche con los amigos. Pero es justamente esto lo que te hace pensar que algo va mal. ¿Un libro por menos de un euro? Si es que ni en formato digital...
Que si que es verdad que son de segunda mano, y que hay algunos que están hechos un verdadero asco, pero hay muchos que están bien cuidados, ¡y puedes encontrar ediciones tan bonitas! Como el otro día, que me topé una edición de Momo que me encantó y tuve que llevármela a casa.
Maldición, es que hay libros que parecen nuevos, quizás ni hayan sido leídos (todos conocemos a alguien que tenga en su casa libros de adorno, que ni los han abierto en muchos casos y seguramente no lo harán nunca), y están ahí por cincuenta céntimos y se te rompe el alma. Por lo menos a mí me pasa.
Y lo peor es cuando rebuscando entre los libros aparece uno de tus favoritos. Esa especie de rabia que te entra y que intentas aplacar desviando la mirada hacia otro lado para que el señor del puesto no piense que has perdido la cabeza. Una no sabe qué hacer en este tipo de circunstancias, es decir, tienes el libro ya en casa, pero, ¿vas a dejarlo allí?  Todavía me duele no haberme llevado El guardián entre el centeno el otro día. No sé, quizá soy yo que estoy loca.
Y hablando de clásicos, los rastros están llenos de ellos. Realmente la mayoría de los libros clasificados como clásicos que tengo los he conseguido en mercadillos de estos. ¡Qué lástima! ¿Por qué la gente ya no los quiere? ¿Las personas que han dado esos libros los quisieron en algún momento? Si muchas veces me cuesta hasta prestar mis libros favoritos, la simple idea de venderlos me produce pánico. ¡Y por tan poco!
Pero bueno, me consuelo sabiendo que al menos al ser vendidos esos libros encuentran personas que verdaderamente saben valorarlos y cuidarlos. Personas que como yo, aprovechan la oportunidad para hacerse con todos esos libros a los que les tienen ganas pero que no pueden comprar en otros sitios porque están muy caros.

¿Entendéis? Este es mi dilema cada vez que me acerco al rastrojo que hacen semanalmente en mi pueblo. No sé si me alegro de que existan estas cosas para poder conseguir libros por tan poco dinero, o si me indigno por la misma razón. *suspiro*



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