viernes, 1 de noviembre de 2013

Cuento para Halloween

¡Buenas! Yo pensaba subir esto ayer que era Halloween pero no tuve tiempo...
¿Que a qué me refiero con 'esto'? Lo pone ahí arribita en el título, 'esto' es un cuento, o algo así, que escribí para un concurso de relatos de terror de mi instituto. Todavía no han anunciado al ganador, pero ya actualizaré la entrada cuando lo digan (?)
Pues eso, que espero angustiaros mucho con la lectura y ea, nos vemos al final de la entrada.



Cloc, cloc. Se humedece la madera. De nuevo: cloc, cloc. Como un grifo que mal cerrado, gotea. Cloc, cloc. Calientes y espesas caen las gotas, sobre la alfombra. La luz deja de tener sentido, y su visión sólo capta manchas y sombras, que se van apoderando de todo hasta ahogarlo en oscuridad. 
Su consciencia se escabulle, hasta que de un chispazo se extingue, parecido a cuando apagas la televisión. Sólo que no se ha pulsado un botón, más bien se ha arrancado el cable. Pero lentamente, porque estaba bien encajado, agarrado a la vida. Claro, uno no quiere morir, lo desconocido da miedo.  Mucho más que los monstruos, la sangre, los bebés sin cabeza, y el armario entreabierto. Hay que agarrarse a la existencia como garrapatas.
La incertidumbre también aterroriza. Cuando has hecho algo moralmente incorrecto el futuro es igual de terrorífico que la muerte. ¿No es cierto? Los pulmones se te hinchan el doble de lo acostumbrado, sin embargo el aire parece reacio a entrar. El pulso se te acelera, tanto, que puedes sentirlo galopar por tus venas, embistiendo contra sus paredes. Y el corazón, ¡oh, el corazón! Parece desequilibrado, sus latidos normalmente silenciosos resuenan estruendosamente en tus oídos. Marcan el acelerado ritmo de tu huida. Te marean, te emboban, te hacen cometer errores. 
Quieres silencio para poder pensar con claridad. Pero el miedo te controla, y sube el volumen de la música procedente de tu pecho. No eres tan fuerte como creías en un principio, ¿eh?
Más tarde, lejos de la evidencia de tu terrible acto, el silencio te tranquiliza y a la vez te espanta. No hay nadie, estás a salvo... temporalmente. Así que tienes que mantenerte alerta, con un ojo abierto mientras duermes. 
Las sábanas que antes notabas suaves, las sientes ahora rasposas, ásperas. Y la culpabilidad es peor que los fantasmas. Tragar es para ti todo un reto. Y dormir, una tortura. No eres capaz de conseguir el anhelado descanso. La paz no está a tu alcance. Las pesadillas se entremezclan con la realidad.
Así que lloras. ¿Por qué no? Al menos te deshaces del agobiante nudo de garganta, que poco a poco habría acabado asfixiándote. Y tras un largo llanto, se manifiesta calmado tu corazón. El miedo ha descubierto que jugar con tu mente es más divertido. Al menos, por el momento.
A la mañana siguiente, tus ojos enrojecidos te reciben al pasar junto al espejo. Cuando te paras a mirarte, no consigues verte. No eres tú, te has perdido. El pecho te duele, parece que de nuevo el 
aire prefiere pasar de largo y buscarse otros pulmones antes que los tuyos. Huy.
Es como si, con la vida de la muchacha, se hubiese marchado también tu alma. Qué curioso, ¿no? La pobre chica quería llevarse a alguien de acompañante a explorar el desconocido más allá y tu alma es lo que tenía más a mano. 
Por lo cual ahora estás vacío. Sólo carne y miedo. 
Pero no es esto lo que realmente te preocupa, qué va. ¿Eso pensabas? Te engañas. Tu alma poco te importaba. Te aterroriza que te pillen, y lo sabes bien. Eres como un niño que ha roto algo y no quiere que sus padres se enteren, porque sabe que después viene el castigo. La diferencia es que no has roto un vaso, o una vajilla, sino que has hecho finalizar la presencia de una persona en el mundo de la consciencia. 
Toc, toc. 
Vaya, ¿no ha sonado la puerta? Deberías ir a abrir. 
Pero no, porque has perdido la cabeza. El miedo ha mutado a locura, y tus pensamientos son pura paranoia. 
Corres al cuarto, como un condenado, como si la ancianita de la casa de enfrente fuese a echar tu puerta a abajo y mandarte a la cárcel de una patada. Claro, que tú no sabes quién es, te daba pánico mirar. Colocas la pistola, disparas, y antes de que me dé cuenta, ya te has ido. 
Lo vi venir. Es mucho más fácil quitarse de en medio que asumir las consecuencias de las acciones de uno. Iría a recogerte, pero te recuerdo que te quedaste hueco, y las carcasas no me interesan.


Aquí estamos. ¿Qué? ¿He conseguido provocarte alguna clase de sentimiento al menos? Puedes dejar tu opinión en los comentarios y todas esas cosas, guapo (?) Copyright de Patricia Macías García, QuillRain49, todos los derechos reservados.


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